Enseñar no es solo transmitir conocimientos, sino transformar vidas. Quien enseña siembra curiosidad, despierta talentos, acompaña procesos emocionales y deja huella más allá del aula. Es un trabajo que implica entrega, empatía y creatividad constante, pero también es fuente de enorme gratificación. Ver los avances de un estudiante, acompañarlo en sus dificultades y celebrar sus logros genera una conexión humana que pocos trabajos ofrecen. Enseñar permite crecer con otros y ser parte activa de su historia; por eso, más que una profesión, es una vocación profundamente enriquecedora.